Aspiraba involuntario el aroma que ella había dejado en la cama que compartían desde hacía casi dos décadas, cerró los ojos en vano intento por conciliar de nuevo el sueño. A lo lejos oía un incesante tamborileo de platos y vasos dispuestos para el desayuno, se irritó, siempre lo hacía al despertar. Estaba preparándose para encarar de nuevo un mal día, cuando decidió darse la vuelta en la cama, se cubrió la cara con la colcha y sin saber cómo sus recuerdos se depositaron en una playa, en los ojos de Mar enrojecidos por el salitre, su hombro a penas bronceado rozando con timidez el suyo.
Regresó a su cama arrugada, al olor a café que ya se esparcía por su habitación, su alma jugaba indecisa entre el deseo por inundarse en los ojos de Mar o seguir la lógica rutina. Un poco más no haría daño, pensó. Y allí estaba él de nuevo, viéndola sonreír pletórica, sin razón alguna, agachando coqueta la cara, esperando una respuesta o quizá un beso.Volvió en sí, se incorporó, siguió el ritual: abrir ventanas, pasos descalzo, orina, ducha. Secó con la toalla el vaho adherido a los espejos, al contrario que el resto de las mañanas, esta vez sí miró su cara anegada en surcos y ese pelo ya tan escaso. Se preguntó con desazón cómo había llegado a aquel deterioro, si aún Mar también cerraría los ojos y le encontraría tal como fue en aquella playa. Si ella, como él, conservaba el recuerdo no contaminado en arrugas, preocupaciones y decepciones… de aquella tarde tumbados ambos en la arena, ajenos al mundo, ensimismados en felicidad.
Mar entró rotunda y desconsiderada al baño, pronunció unas palabras con su firmeza habitual, pero él, a caballo entre el salitre y la espuma de afeitar, no retuvo el mensaje, sino que descargó su esencia y se escuchó decir lloroso un “qué nos ha pasado”.
Abandonaba ya ella la estancia, cuando se paró en seco al oírle. Se volvió y le miró con curiosidad, antes de contestarle:
Que ya no nos retamos.
Saludos desde El Olimpo.
Afrodita Repipi